
Neso no había aún vuelto al otro lado,
cuando entramos nosotros por un bosque
al que ningún sendero señalaba.
No era verde su fronda, sino oscura;
ni sus ramas derechas, mas torcidas;
sin frutas, mas con púas venenosas.
Tan tupidos, tan ásperos matojos
no conocen las fieras que aborrecen
entre Corneto y Cécina los campos.
Hacen allí nido las arpías,
que de Estrófane echaron al Troyano
con triste anuncio de futuras cuitas.
Alas muy grandes, cuello y rostro humanos
y garras tienen, y el vientre con plumas;
en árboles tan raros se lamentan.
Y el buen Maestro: “Antes de adentrarte,
sabrás que este recinto es el segundo
-me comenzó a decir- y estarás hasta
que puedas ver el horrible arenal;
mas mira atentamente; así verás
cosas que si te digo no creerías.”
Yo escuchaba por todas partes gritos,
y no veía a nadie que los diese,
por lo que me detuve muy asustado. (...)
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